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Between technophilia and technophobia

The philosopher Oriol Farrés explores a different way of thinking about technological development from a philosophical perspective.

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Between technophilia and technophobia

25 November 2022

(Text only in Spanish)

¿Cómo debemos afrontar el desarrollo tecnocientífico y sus aplicaciones? En este post ofrecemos un avance de uno de los textos que incluye nuestro próximo cuaderno “Soledad no deseada en la era digital”.

Con conocimiento de causa, solo pueden hablar de las nuevas tecnologías en sí los ingenieros y los científicos. O los filósofos que también son ingenieros. Esto es así porque son ellas y ellos los que dominan el lenguaje de la programación. Dicho esto, los filósofos podemos hablar de los discursos sobre las nuevas tecnologías. Aunque una y otra cosa no se identifican, las dos pueden ser importantes en función de lo que queramos hacer o conseguir (construir una máquina o bien sopesar el grado de aceptación, rechazo, esperanza o miedo que suscitan los dispositivos electrónicos que están por doquier y analizar su coherencia discursiva).

Los discursos sobre las nuevas tecnologías se hallan siempre entre dos extremos: amor y odio. Yo propongo esta mirada. Estoy seguro de que la cuestión se puede observar desde otros prismas, pero me interesan estos dos extremos recurrentes. Los voy a llamar “tecnofilia” y “tecnofobia”. Los discursos sobre las nuevas tecnologías son complejos y, evidentemente, se mueven en algún punto entre estos dos extremos, aunque también hay (o puede haber) discursos extremos.

Para poner un ejemplo de tecnofilia, citaré a Elon Musk. En The Joe Rogan Experience #1470 (7 de mayo de 2020), el magnate explica que actualmente está trabajando en “brain developers”. Chips o interfaces que se insertarán en los cerebros de personas mayores, por ejemplo, para sanar zonas afectadas. Afasias, alzhéimer, parálisis, etc. Esto es el Neuralink. Las nuevas tecnologías, en este discurso, son panacea, remedio milagroso y promesa de superhombres. La tecnofilia es exactamente eso. Filia a la tecnología en estado puro. Utópico. Un mundo donde las máquinas, por ejemplo, hacen posible una especie de paraíso sobre la tierra donde ya no hay trabajo y todo es ocio.

La tecnofobia (o el bioconservadurismo) es una posición que parte de una desconfianza (justificada o no) hacia la presencia creciente de las nuevas tecnologías en la sociedad. Personas muy razonables expresan sus recelos hacia los cambios tecnológicos. Habermas y Sandel, con matices, militan en esta causa. Digamos que lo que los tecnofílicos celebran los tecnofóbicos lo deploran.

 Por deformación profesional, parece que entre una y otra posición lo más prudente sea hallar una especie de término medio aristotélico (τό μέσον, μεσότης). Pero el término medio ético, en Aristóteles, no es lo mismo que 6 entre 2 y 10: el número central (o intermedio) entre dos valores. Esto es el término medio de la “igualdad según la proporción aritmética”.

Fuere esto lo que fuere en nuestro caso, no es lo que estamos buscando. Me inventaré una palabra. ¿Cuál es la “tecnomedia” entre tecnofobia y tecnofilia? ¿Podemos ser tecnomédicos? Podemos serlo. El ejemplo trillado de Aristóteles sobre el justo medio tiene que ver con la virtud del coraje. El ciudadano bravo, valiente, osado se halla en el término medio entre el cobarde (un vicio por falta) y el temerario (un vicio por exceso). Pero Aristóteles no describe la virtud en términos exactos o matemáticos. Dice, de hecho, que el valor se halla normalmente más cerca de la temeridad que de la cobardía. O en todo caso, que esto siempre dependerá de las circunstancias. A la virtud ética (del carácter) la debe acompañar la virtud dianoética (intelectual) de la prudencia: la prudencia nos permite ver (inteligir) el término medio en cada circunstancia. Y nos ayuda a movernos en la contingencia. Saber cómo, cuándo, dónde, con qué y contra quién (circunstancias = contexto) se debe ser valiente.

Aplicando esta lógica a nuestro caso (lo tecnomédico), dada la arrolladora velocidad de los cambios tecnológicos, deberíamos ser más tecnofóbicos que tecnofílicos. No digo (extremadamente) tecnofóbicos, sino solo un poco más tecnofóbicos que tecnofílicos. Solo un poquito. Estar ligeramente más pendientes de lo que se pierde que de lo que se gana con la implantación de nuevas tecnologías. O aplicar el principio de precaución. Esta mi humilde sugerencia para gestores, técnicos y profesionales de la salud.

Oriol Farrés Juste, profesor de Filosofía de la Universitat Autònoma de Barcelona.

 

Este texto fue una de las ponencias presentadas en el seminario “Soledad no deseada en la era digital”, realizado en colaboración con la Fundación Mémora.

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